lunes, 21 de marzo de 2011

El Espejo de las Almas I

[I La casa de los Espejos]

Escucha esta historia que voy a contarte: la historia de un sueño que me obsesionó hasta límites insospechables.

Caminaba en soledad durante la noche, hacia mi casa. La oscuridad era tan abrumante que mi camino tan solo era iluminado por la tenue luz de un candelabro. Y entonces lo vi.

En frente de mi estaba, una puerta abierta, la cual nunca en mi vida vi cosa semejante. Intrigado por qué se escondería tras ella me asomé para descubrir un gran salón, cuyas paredes estaban recubiertas de espejos. Así que tomé aliento y traspasé el umbral, cerrándose la puerta tras de mi con un sonoro estruendo y abandonándome a la oscuridad. Busqué a tientas la puerta, pero ya no estaba, así que salí corriendo en un viaje que acababa de empezar...

Corrí y busqué por todas partes una salida, fui de un lugar a otro con el miedo y la angustia reflejados en mis ojos. La abrumadora inmensidad de la sala, con espejos hasta más allá de lo que la vista puede alcanzar, me acongojaba.

Una copia de mi me observaba desde todos y cada uno de ellos, y vi todas las cosas que había hecho, con miles de maneras de adulación. Pronto el miedo se transformó en arrogancia. Miles de espejos, miles de formas diferentes. Todas mis virtudes se acentuaban.

Cada espejo poseía un nombre y una cara, y todos ellos me reflejaban de alguna manera. Busqué en ellos un atisbo de mi mismo, para ver juzgada mi vida por algún otro, cuando comprendí la metáfora que manifestaba la sala: los espejos eran todas las personas que conocí.

Observa al hombre que estás viendo en los espejos.
Las cosas que puedes ser ellos.
Toda la gloria que podía alcanzar se reflejaba en el espejo.
Él nunca miente.
El fuego de mis ojos en los espejos.
Toda mi vanidad alzándose en ellos.
Todo el poder del orgullo cobraba vida reflejado en los espejos.

Observando con fijación en los espejos pude contemplar todos los grandes capítulos de mi vida jamás contada. En los espejos, el mundo se tornó de oro para mi.

Caminando entre las adulaciones de los espejos pude ver al final una puerta dorada. Imaginando toda la belleza que podía aguardar al otro lado encontré mi mano apoyada en el picaporte de esta entrada al paraíso prometido de la siguiente habitación.

Abrí la gran puerta y para continuar mi viaje traspasé el umbral. Como anteriormente, cerró sonoramente tras de mi, devolviéndome al exterior de nuevo y siendo bienvenido por una torrencial lluvia en la noche más fría y oscura que jamás ha existido...

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