martes, 6 de julio de 2010

El Último Proyecto

Estaba nervioso. Aguanté la respiración y abrí a ese hombre. Le invité a entrar y tomarse un café mientras me hablaba de lo que necesitaba. Ya lo había hecho muchas veces, pero aquella era especial. No lo aparentaba, pero tenía una gran cantidad de dinero y decidió confiármela a mí. Él tan solo quería una casa y me estaba dando manga ancha para que le hiciese lo que yo quisiera mientras él se sintiese cómodo.

Decidí que pondría toda la carne en el asador. Si el confiaba tanto en mí, un completo desconocido, yo iba a responder a su fe con lo mejor que fuera capaz de realizarse en el mundo. Mi cerebro iba provocando una tormenta de ideas, cogiendo cosas de unas, desechando otras… así es como empezaba siempre, solo que ya no tenía que preocuparme por que saliera demasiado caro.

Me senté enfrente de mi mesa, con una amplia extensión de papel en blanco, listo para volcar mis ideas en grafito. De mi mano comenzaron a surgir los primeros trazos de ideas inmateriales, figuras imposibles para las leyes de la física, ya habría tiempo más tarde para preocuparse por aspectos secundarios. Mi lugar actualmente era un mundo distinto, apartado del que nos toca vivir, un mundo en el que mi imaginación vulneraba todas las leyes matemáticas y físicas existentes.

Pasaban los días y seguía inmerso en ese mundo de imaginación, sacando conceptos abstractos, inviables, hasta que decidí poner los pies en la tierra y comenzar a materializar esos conceptos que llevaba perfeccionando en mi mente. Comencé a emborronar el papel, y los que vinieron sucesivamente.

Tras los primeros bocetos tuve que tomar una dosis de realidad y empezar a pensar en las leyes de la naturaleza. Poco a poco fui modificando y alterando mi proyecto hasta que conseguí al fin crear la forma más bella que hubiese conocido el ser humano. Tan orgulloso estaba de mi creación que me exigí terminarlo de esa manera como sea.

Así pasaron semanas, perfeccionando y detallando cualquier rinconcito que hubiera. Seguía tan absorto en mi ópera magna que se convirtió en mi máxima prioridad. Cada milímetro que diseñaba, cada gramo que debía soportar, todo ello comenzaba a consumirme, pero yo debía acabarlo, sería lo mejor que se pudiese contemplar en toda la historia.

Mis fuerzas flaqueaban, pero yo me resistía a descansar, tenía que acabarlo como sea. Todo iba cobrando dimensión poco a poco. Cada tubería, cada elemento que tuviera esa casa estaba milimétricamente controlado por mí. Yo era Dios y estaba creando un nuevo paraíso. Un paraíso que cada vez me agotaba más, tanto física como intelectualmente.

Ya quedaba poco, ya solo quedaba pulir el resultado final, el mundo se asombraría ante una belleza de tal magnitud. Mis papeles yacían amontonados en capas interminables, mi ordenador echaba humo de todo lo que le había hecho trabajar. Pero al fin terminé.

Aquello que yo había creado era perfecto en todos los sentidos, algo tan perfecto en toda su dimensión que cualquier alteración, por pequeña que fuera, supondría un cambio de perspectiva de mi obra. Tan solo quedaba que fuera construida, pero en ese momento me asaltó un gran temor. ¿Y si no resultaba tal y como lo había diseñado? Había alcanzado la perfección en todo, pero en el momento de construir la casa siempre surgen complicaciones, que en este caso vendrían por los que tuvieran que construirla.

Entré en un ataque de pánico, no podía construirla. No porque no se pudiese, sino porque no daría un resultado idéntico al que yo había llegado. ¿Qué debía hacer? Si lo construía no alcanzaría el esplendor que debería tener, algo que no podía permitir.

Pero si no lo hacía, todo el trabajo enfermizo de los últimos meses habría sido en vano, un simple placer hedonístico que me causaría un tremendo dolor no verlo llevado a cabo. También podría realizar otro diseño, menos perfecto, pero tras haber alcanzado la supremacía no podía quedarme tranquilo haciendo otra cosa que no fuera ideal.

Pasara lo que pasara, nunca saldría ganando. Me comenzó a invadir un desasosiego que me devoraba, todo el cansancio acumulado se manifestó de golpe, una sensación abrumadora que se apoderaba de mi cuerpo y de mi mente. Todo se volvía oscuro, no podía hacer nada. Mi ambición resultó ser el desencadenante de una crisis que me absorbió completamente y acabó con cualquier futuro objetivo en mi vida.

Había alcanzado el súmmum de la perfección, lo demás ya no tenía sentido. Caí desplomado en el suelo, como un cascarón vacío. No había nada que hacer.

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