viernes, 4 de junio de 2010

La Joya de la Obsesión

Aquí, al borde del precipicio, al fin conseguiré poner fin a la tortura que me lleva atormentando durante todo este tiempo, con un simple movimiento todo acabará al fin y podré descansar tranquilo, sin necesidad de preocuparme de nada. Mis pensamientos viajan a través de la tormenta de sensaciones que he experimentado estas últimas semanas.

Todo comenzó cuando la encontré. Estaba caminando por el campo cuando observé un extraño brillo en el suelo. Atraído irremediablemente por su resplandor, traté de desenterrar el objeto que lo producía y acabé desenterrando algo que me dejó sin aliento.

Tenía ante mis ojos la joya más perfecta que podía existir. Sus delicadas curvas, su reducido pero medido tamaño, su resplandor áureo, todo parecía indicar sin duda que estaba ante una pieza de incalculable valor. Pero a su vez tenía algo más, una piedra incrustada tallada de manera exquisita devolvía infinitamente multiplicado la mirada atónita de mis ojos teñida de un color verde sobrenatural, que despertó en mí una efímera sensación de inquietud.

Como no podía ser de otro modo, la guardé en mi bolsillo y la llevé conmigo, deseoso de compartir mi hallazgo con mis amigos. La volví a sacar para admirarla una vez más y me sentí regocijado, como si hubiese estado destinado a encontrar esa joya con un aura hipnotizadora que me hacía sentir afortunado cada vez que la miraba.

Más tarde pensé que probablemente sería una mejor decisión no enseñársela a nadie por si atraía la atención de algún ladrón o quizá del antiguo poseedor, mejor conservarla en el anonimato así no tendría ningún tipo de problema. La guardé en una cajita sobre la chimenea del salón para poder verla cuando quisiera al volver a casa.

Seguí con mi vida normal: iba a trabajar y cuando volvía a casa abría la cajita para poder contemplar la increíble belleza de la joya. Cuando la miraba sentía como si mis problemas pesaran menos, me sentía más feliz. A veces salía un poco antes para llegar rápido a casa, pus empezaba a sospechar que alguien debía saber que la tenía. La cambié de escondite a un lugar menos accesible, pero empecé a pensar que tal vez la solución de guardarla en casa, sola, sin protección, no era la más apropiada.

Decidí que la mejor solución era llevarla conmigo, así no la dejaba abandonada a su suerte en casa. Además tenía la ventaja de que podía observarla cuando quisiera, siempre apartado de miradas indiscretas. La llevaba bien guardada en mi bolsillo, siempre cobijada por el calor de mi mano que se entretenía en juguetear con sus perfiles, deslizando el dedo por sus suaves y reconfortantes curvas.

De vez en cuando salía al baño y me encerraba para poder sacarla y contemplarla detenidamente, pero la gente empezó a mirarme fijamente. Ellos sabían que la tenía, y seguro que esperaban la menor distracción que tuviese para quitármela, por eso siempre estaba alerta y atento con todos mis sentidos para que no me la arrebataran.

Por la calle la gente con la que me cruzaba me observaba como si también supieran que tenía la joya guardada en mi bolsillo. Algunos se acercaban violentamente y yo tenía que apartarme corriendo para que nadie me la quitase, era mía, sólo mía, y nadie más tenía el derecho a verla y mucho menos tenerla.

Me quedé en casa, sin salir a la calle donde la gente quería separarme de mi querida joya. Pasaba el tiempo sentado en el sillón, observando fijamente la joya. Su perfección me encandilaba y a su vez me hipnotizaba, podían pasar horas antes de que la guardase para comer o beber. Pasado un tiempo dejé de poder dormir, no lo necesitaba y tampoco podía permitirme estar el menor lapso de tiempo sin estar pendiente de la joya, porque podía venir alguien y quitármela.

Empecé a perder la consciencia del tiempo que pasaba observando la joya. Dejé también de comer y beber, no lo necesitaba. La simple observación me llenaba y eliminaba mis problemas. ¿Cuánto tiempo pude estar así? Horas, días, semanas… en realidad no importaba, lo único fundamental en mi vida pasaba por observar ese brillo, esas líneas, esa piedra engarzada que me devolvía multiplicada mi mirada.

Algo tenía esa joya que mantenía continuamente mi atención, no podía despegar la vista de ella y tampoco podía responder a ningún otro estímulo. Me sumí en un estado de trance, en el que no tenía constancia de nada de lo que sucedía a mi alrededor. Supe más tarde que alguien entró en mi casa, me miró sentado en el sillón, inmóvil, y trató de llamar mi atención. Pero yo no respondía, ni siquiera tengo constancia de eso…

Hasta que acercó su mano a la joya. ¡Quería quitármela! Alejé inmediatamente la joya de su alcance y me dijo que tenía que ir con él. ¡Mentira! Tan solo quería distraerme y robarme MI joya. Yo me negué pero él insistía. Se iba acercando cada vez más, hasta que me la intentó quitar por la fuerza. Yo me resistí con todas mis energías, pero todo el tiempo que estuve sin alimentarme, beber y dormir terminó pasando factura y me la arrebató.

En ese instante sentí como si un hechizo que me oprimía desaparecía completamente y me desmayé.

Tuve un sueño horrible. Estaba solo, caminando por un sendero del que no podía ver el final, que se perdía en el horizonte. Caminaba y caminaba, hasta que un brillo en el suelo captó mi atención. Como ocurrió la primera vez, era la joya, pero esta vez su resplandor era inquietante y la joya tenía un resplandor cadavérico. De ella salieron demonios que me perseguían mientras yo corría hacia adelante, huyendo de ellos, en un trayecto sin fin. Hasta que de repente todo se paró súbitamente y sentí que caía a un pozo sin fondo.

Me desperté sudoroso en el hospital, me dijeron que habían pasado unos días desde que me ingresaron y que me recomendaban que acudiese a un psiquiátrico para que me ayudase a eliminar la dependencia que había desarrollado hacia la joya. Pero yo no tenía dependencia, tenía miedo. Miedo de que me volviese a cautivar, de que me volviesen a perseguir los demonios. Tenía que ponerle fin a todo.

Descubrí que seguía conservando la joya. Mi mirada se dirigió instintivamente hacia ella pero tuve un impulso súbito de taparla. La envolví completamente en un pañuelo y la guardé para no verla de nuevo y me dirigí al primer lugar que se me ocurrió que tuviera relación con un pozo: el acantilado.

Y aquí, al borde del abismo, al fin puedo acabar con la locura que me trastornó durante todo este tiempo. Abro el pañuelo y saco la joya. Ésta desprende un brillo inusual, más intenso que lo que yo recordaba. Pero tengo que actuar rápido, o si no me volverá a cautivar como hizo antes y no estoy seguro de que pueda salir airoso otra vez.

Me dispongo a lanzar la joya lo más lejos posible para no poder encontrarla nunca más. Llevo el brazo hacia atrás, tan sólo tengo que lanzarla y todo habrá acabado. Pero de repente la congoja invade mi ser. ¿Qué será de mí sin ella? Tengo que deshacerme rápido de estos pensamientos, tengo que tirarla, ¡YA!

Pero mi cuerpo responde equivocadamente, como si yo no lo controlase. En vez de mover el brazo acabo de dar un paso hacia adelante. Estoy cayendo, con la joya en la mano. Aunque no es como que yo esperaba, al menos aquí acaba todo. Estoy curado.

2 comentarios:

  1. ¿Es verdad esta historia?

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  2. Solo con leer el final se ve que en inventada, como todas las que tienen la etiqueta "Historias de una Vida Cualquiera" (aunque ahora solo tenga dos, planeo hacer más)

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