- ¿Lo de siempre? – preguntó un amable camarero tras la barra.
- Lo de siempre – respondió un joven Alvar.
Cogió los dos cafés y los llevó a la mesa. En ella se sentaba una Rebeca cinco años atrás. Alvar se llevó la taza a la boca y no hizo más que mojar los labios y apartar la taza.
- ¡Está ardiendo!
- ¿Y qué esperabas si acaba de salir de la máquina? – se rió.
Como casi todos los domingos habían quedado en la cafetería de siempre. Para ellos era una manera perfecta de desconectar de la semana y hablar durante horas de cualquier cosa. El tiempo pasaba fugazmente sin que ninguno de los dos se diese cuenta y el ambiente se renovaba continuamente con gente que no dejaba de entrar y de salir.
Alvar miró el reloj y puso cara de asombro.
- ¡Las nueve ya! Creo que deberíamos ir pagando que si no vamos a echar la noche aquí.
- Es verdad. Lástima que estos momentos no duren para siempre, es genial vivir sin preocupaciones aunque sea solo por un momento.
- Terminaríamos aburriéndonos, seguro. ¿De qué hablaríamos? Llegaría un momento en que nos quedaríamos sin algo de que hablar.
- Pues ya lo inventaríamos jajaja.
Se despidieron del camarero y salieron a la calle. Pusieron rumbo a casa de Rebeca mientras Alvar la acompañaba.
- Por cierto, al dibujo del puente le queda poco ya para acabar. Es posible que la próxima semana te lo traiga para que te lo quedes si quieres.
- Ah, es verdad, ya casi se me olvidaba…
Hubo una pequeña pausa en la que ambos estuvieron callados. Alvar terminó rompiendo el silencio.
- Me he dado cuenta esta tarde de una cosa. Has estado bastante callada y te noto poco alegre. ¿Te pasa algo?
- No no no, nada – se apresuró a negar Rebeca – no me pasa nada. Debe de ser el cansancio o algo.
- Te pasa algo, si no no te habrías dado tanta prisa en negarlo.
- De verdad que no ocurre nada, Alvar.
- Bueno, tú sabrás. Ya sabes que puedes contar conmigo para lo que sea. ¿Nos vemos la semana que viene?
- Nos vemos. ¡Hasta la próxima!
Se dieron un par de besos y Alvar se dispuso a cruzar la acera. Mientras tanto Rebeca seguía quieta en el portal, debatiéndose entre decirle lo que realmente la preocupaba o no. Pero al final el sentimiento de culpabilidad terminó adueñándose de ella.
- ¡Alvar, espera!
Pero no pudo escoger peor momento para llamarle. Se giró en medio de la carretera y en ese preciso instante un coche se acercaba peligrosamente a él.
- ¡Cuidado!
Pero el coche le arrolló, haciéndole volar unos metros y caer inconsciente en el suelo.
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